Me cobijan con las miradas de sepelio que tanto aborrezco, me endulzan las palabras para evitar el trago amargo, me cercenan con oraciones sin filo, me sujetan dos cuadras antes de cruzar, quién se creé tan piadoso para evitarme el dolor, para codificar la verdad, para taparme los ojos en la parte donde la sangre salpique la pantalla
Las palabras insolentes cosquillean en mi lengua, me advierten de episodios de labia enfadada que están por ocurrir, la mente se bloquea, la mandíbula se traba, atino solo a desfogar lo que aprisionan mis labios desquebrajados por la presión ejercida entre si
Bocanadas de fuego se disparan, las palabras trastabillan entre ellas por la prisa de salir, se convierten las miradas en agujas con la firme intención de lacerar, de ejemplificar lo que debe hacerse, el no monopolizar los lamentos, de no racionar los sufrimientos, de no amordazar las reacciones de las acciones tomadas con anticipación y de las cuales las notificaciones se apilan por montones en la gaveta de las buenas intenciones
De qué sirve ser sedado si al final se termina siendo indultado por la bravía que se mostró en la faena, si es el caso, quien decida indagar en éstos matorrales, que deje la morfina en casa, éste ejemplar no ocupa de sustancias que le inhiban el dolor, me apego a mi derecho inalienable de estar presente en cuerpo y mente durante la ejecución, sin los ojos vendados, sin torniquetes apretados, sin la incertidumbre de ignorar los métodos aplicados para hacerme saber la verdad.
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